Durante mi infancia crecí siendo una niña feliz, muy feliz. Pero también experimenté el sufrimiento, de golpe y sin aviso. Perdí un amor infinito y con su ausencia vino la incertidumbre, la impotencia y la enfermedad. Desde ese día todo cambió en mi mundo. ¿Y yo? Yo nunca volví a ser la misma: algo se encendió bien adentro, un fuego que ya nunca se podría apagar. Tanto dolor encontró sentido en ese fuego, en esa fuerza que me mantuvo, en esa semilla que echo raíces y que hoy llamo mi propósito: aliviar el corazón de tantos niños que, como yo, no supieron qué hacer con lo que estaban sintiendo.

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A eso me dedico y a eso quiero dedicarme el resto de mis días, a compartir lo que a mí me ha sanado y me llena el alma. Hoy más que nunca estoy convencida que con música, literatura, yoga, respiración y una sobredosis de amor podemos mostrarles a nuestros niños que existe una manera diferente de hacer las cosas. Que hay una vía alterna a la violencia, que podemos vivir en unidad, sin atacarnos, respetándonos. Que las emociones nos hacen más humanos y que sin importar las turbulencias siempre hay algo dentro nuestro que permanece intacto, que nada lo puede tocar, que nada lo puede dañar.

La literatura, que fue mi primer pregrado, me sensibilizó y me hizo abrir los ojos a la belleza del mundo. La psicología, que fue mi segundo pregrado, se convirtió en mi medicina y me ayudó a reconocer mis raíces y sanarlas. Sumado a eso, la práctica diaria de yoga abrió la puerta a la transformación espiritual y al acercamiento a lo sagrado. Así, literatura, psicología y práctica contemplativa se volvieron, una sola, mi medicina. Soy profesora de Yoga y Mindfulness para niños certificada en Happy Yoga Colombia, Rainbow Kids Yoga y Yoga Crecer, amante de la medicina del cacao, estudiante de un Curso de Milagros y soñadora de un proyecto llamado MindHeart, una escuela de inteligencia emocional para niños. 

Mi labor en MindHeart es sembrar, a través del juego, del arte y del Mindfulness, semillas de tolerancia, de respeto, de agradecimiento, de compasión. Y si tan solo una de esas semillas que he puesto llega a germinar en alguno de ellos sabré que todo ha valido la pena. Mi mayor aprendizaje en este camino recorrido de la mano de los niños: saber que es posible despertar el potencial y sanar todas las heridas del pasado. Mi ganancia más grande: la sonrisa de Luis, Lucca, Camilo, Daniel, Alejandro, Julia y todos los demás niños que me llenan el corazón todos los días, recordándome que la provisión de amor es inagotable.

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