Se vale llorar
Actualizado: 24 ago 2019

Un día, la persona más sabia que conozco me regaló un secreto que lo cambiaría todo. Me preguntó:
−¿Sabes qué pasa cuando sale el sol y llueve al mismo tiempo?
−Sí, sale el arcoíris− le respondí.
−Bueno, todos nosotros somos luz en nuestro interior. Todos brillamos como la luz del sol. Entonces, cuando lloras y dejas correr tus lágrimas se forma un arcoíris con todos sus colores. Tu llanto es un regalo, tu llanto hace nada mas y nada menos que salga el arcoíris.
Vivimos en una cultura en la que nos aterra llorar y ver llorar. Hay poca o ninguna licencia para las lágrimas. Si es por felicidad, amor o gratitud nos parece vergonzoso e incluso nos disculpamos. Si es por un dolor profundo sentimos que algo está mal, que deberíamos estar felices y sonriendo, que la naturaleza se equivocó con nosotros. Si llora alguien más solo queremos que deje de hacerlo. No sabemos muy bien cómo proceder e intentamos hacer que pare, distrayéndolo, consolándolo, cambiando el tema o simplemente sentenciado: ¡No llores por eso!
Se bien que nuestro más profundo deseo es ver a la persona que llora tranquila, que deseamos su bienestar. Pero, ¿quiénes somos nosotros para saber si merece o no llorar por lo que llora? Y ¿acaso las lágrimas no pueden ser un medio para lograr la serenidad? La verdad es una: nos aterra el llanto, propio y ajeno. Este artículo es una invitación a reivindicar el acto de llorar, es un llamado a la validación emocional. A dejar correr las lágrimas sin muestras de condescendencia o lástima en los adultos, y a dejar correr las lágrimas dándoles un lugar, una explicación y un sentido en los niños.
La naturaleza no se equivoca. Las emociones tienen una función social, biológica y adaptativa. Todas ellas. Sí, todas. Incluso las que catalogamos como negativas, como la tristeza. El maestro Sri Sri Ravi Shankar enseña que Los opuestos son complementarios. ¿Cómo sabes que es de día? Porque alguna vez experimentaste la noche ¿Cómo sabes que estás sano? Porque alguna vez experimentaste la enfermedad ¿Cómo sabes que estás alegre? Porque alguna vez experimentaste tristeza. Tus emociones son la cara de una misma moneda, ni buenas ni malas, solo son eso, emociones. Intensas, pasajeras, humanas y validas, completamente validas.
Las emociones son respuestas intensas, internas y cortas, provocadas por estímulos externos como los sentidos o por estímulos internos como recuerdos o imaginación. Su raíz latina significa movimiento o impulso. La emoción es aquella que nos lleva a la acción. Cada emoción que experimentamos ofrece una disposición definida a actuar y toda respuesta es provocada por nuestra plataforma emocional. Como explica Goleman, “la emoción decide, la razón justifica”. De esta manera, nos guían cuando se trata de enfrentar momentos difíciles que no se podrían dejar solo en manos del intelecto. La evolución ha dado a las emociones un papel fundamental en la psiquis humana: las emociones han guiado la preservación de la especie. Según biólogos evolucionistas las reacciones automáticas han quedado grabadas en nuestro sistema nervioso porque han marcado la diferencia entre la vida y la muerte. Sí, nuestras emociones aseguraron nuestra supervivencia, y aún hoy son nuestra brújula interna, las que direccionan nuestra vida, las que hacen cada acción posible.
A pesar de entender la importancia de toda la gama de emociones, en nuestra vida contemporánea pareciera que la tristeza no tiene cabida. La pedagoga Mar Romera plantea que esta sociedad neoliberal y de consumo en la que estamos inmersos ejerce su forma de control bajo la exigencia de la felicidad. Estamos inmersos en la cultura del bienestar. El fin último de la vida es ser felices y eso lo convierte en una exigencia, no importa los medios. “La alegría produce adicción, si no puedo conseguir la química necesaria para ser feliz, porque mi cuerpo no la produce, tengo que buscarla fuera: tomarla, fumarla”. La nueva generación vive bajo la inmediatez y bajo la exigencia de la felicidad. Deben estar alegres todo el tiempo, o aparentar estarlo. Y cuando llega la adolescencia deben hacer lo que sea para mostrarlo a los demás, a un costo muy alto.
Por esa razón, pretender evitarles la tristeza a nuestros niños es imposible, egoísta y a la larga contraproducente. No queremos privarlos de experiencias, queremos llenarlos de buenas herramientas para que logren sortearlo todo cuando se enfrenten a la vida. “La función de la familia, de los adultos en relación a los pequeños no es construirles su felicidad, es hacerlos fuertes para que vivan con plenitud el camino de su propia vida disfrutando en él los momentos de felicidad con los que se encontrarán” Mar Romera.
"¿Por qué lloras por eso si no es nada?" "¿Te doy una razón de verdad para llorar?" "¡Los hombres no lloran, pareces una niña!" "¡A nadie le gustan los niños llorones!" Esas son algunas de las frases con las que yo crecí y aún se siguen proclamando sin dimensionar el daño que causan. Con cuánta facilidad rotulamos y sentenciamos a nuestros niños. Con cuánta facilidad bloqueamos su expresión emocional y el regalo de sentir, abrazar y procesar lo que sienten. Nunca, bajo ninguna excusa debemos invalidar una emoción, sea con niños o adultos, jamás debemos juzgar a alguien por lo que siente y mucho menos decirle que no debe sentirlo. Lo que siente lo siente y punto, nosotros escuchamos, respetamos, apoyamos.
Desde mi experiencia con niños he podido diferenciar distintos tipos de llanto. Está el llanto de un bebé de menos de tres años: su función es comunicar. Lloran recurrentemente y están buscando ser atendidos, indicar alguna molestia o expresar una necesidad. Es su lenguaje. En estos casos consolamos inmediatamente. Jamás dejamos a un bebé llorando a su merced para que se calme. Los bebés en esta etapa no cuentan con la capacidad para autorregularse y nos necesitan. Existía el mito entre las abuelas que a los bebes debían dejarlos llorar para que desarrollaran los pulmones, otras decían que si no se dejaban llorar se volverían dependientes. Ningún bebé va a desarrollar sus pulmones por ser desatendido y llorar sin consuelo, mucho menos generar independencia. Lo que sí puede pasar es que va a desarrollar un apego inseguro con su cuidador y va ser un adulto temeroso que no se sentirá digno de amor y cuidado. El llanto de un bebé es su llamado de amor y SIEMPRE acudimos a él.
Existe el llanto de mayores de tres años en el que se enmascara otra emoción. Las razones pueden ser muchas… que no se les dio lo que querían, que algún amigo los empujó, que se les dañó lo que estaban haciendo… ¿Nuestra función? Permitirles reconocer la emoción, nombrarla, validarla para luego buscar una alternativa o solucionar lo que pasó. De esa manera, lo primero que hago es agacharme para quedar al mismo nivel del niño, mirarlo a los ojos y decirle, por ejemplo: “Entiendo que estés llorando, se que tienes mucha rabia por que tu amigo te acaba de empujar y eso te hizo sentir muy mal. Que te parece si vamos donde él y usamos nuestras palabras para explicarle que no nos gustó lo que hizo…”. Le damos un lugar al llanto, reconocemos la emoción y la sanamos con la magia del lenguaje.
Finalmente, he podido ver otro tipo de llanto en los niños mayores de tres años. El llanto que se ha convertido en la última alternativa para ser escuchados, amados, tenidos en cuenta. Muchos niños no son realmente escuchados por sus padres o cuidadores. ¿Qué les queda? Llorar. Porque con llanto tal vez sí sean escuchados. En esos casos me doy cuenta que el niño no sabe que puede emplear sus palabras o simplemente no quiere hacerlo, porque resulta más efectivo el llanto. En ese caso seguimos validando la emoción pero le explicamos que deberá hablar para poder comunicarse. “Querido, se que es importante llorar para ti en este momento, pero así no logro entender lo que necesitas, tal vez si usas tus palabras para explicarme lo que pasó yo podré ayudarte. Vamos a respirar juntos para que te calmes y así puedas decirme con tus palabras lo que necesitas”. La mayoría de las veces los niños no encuentran las palabras para comunicarse o no saben cómo decir aquello que sienten, les ayudamos a construir las frases, los guiamos en el proceso, no están solos, estamos ahí para ellos.
Como explica Mar Romera, “no es importante lo que digo, es importante lo que entiendes. Entre estos dos procesos está la escucha”. Nuestros niños necesitan ser escuchados desde la plataforma emocional de la admiración y seguridad. No importa de qué nos están hablando, todos nuestros sentidos deben estar puestos ahí, en ellos, en su historia. Es preferible decirles que en determinado momento no podremos escucharlos con toda la atención que se merecen, entonces les pedimos que nos lo digan después. Llanto sin razón aparente es la forma como muchos niños se hacen escuchar para conseguir lo que quieren, y eso no es escucha, es dictadura infantil. Por eso, padres y cuidadores, el llamado está en entrenar el hábito de la escucha, que necesita intención, tiempo y amor. Escuchemos a nuestros niños, escuchemos su llanto, démosles permiso de llorar, recordemos en nuestra vida y en la de ellos el regalo de las lágrimas y permitamos que salga el arcoíris cada vez que nuestro corazón lo pida.