¿Agresión y pataleta o llamado de amor?
Actualizado: 24 ago 2019

En nuestra sociedad existen dos (solo dos) tipos de todo: buenos y malos, víctimas y victimarios, agresores y agredidos, acosadores y acosados, matoneadores y matoneados, niños que pegan y niños que se dejan pegar. No hay lugar para consideraciones, para la línea del medio, para el matiz. Vivimos en el ataque y la defensa. En este sistema dicotomico resulta muy fácil juzgar al victimario: segregar al niño que muerde, pedir a la directora de grupo que expulse al niño que pega, juzgar a los padres del niño que empuja. Pero solo hasta que estamos ahí, expuestos al juicio, a la crítica y a la incomprensión surge la dualidad moral: Cuando es MI hijo el que está agrediendo. En esos casos sabemos con completa certeza que a pesar de su comportamiento él no es malo, violento, déspota o insensible. Es solo un niño en proceso de aprendizaje. En ese caso ya no es tan fácil polarizarse, en ese caso queremos ver el matiz, encontrar la línea del medio, volver a lo gris.
En mis salones de clase de pre jardín lo he presenciado todo: madres amorosas que trascienden el acto violento del los compañeros de sus hijos y actúan conmigo como cómplices de aprendizaje, recordando la inocencia de cada uno de los implicados. Y madres confundidas, que interpretan, juzgan y buscan culpables. Que quieren castigo, venganza y justicia en los comportamientos de niños de 2 y 3 años.
Si me preguntan a mí, el niño que golpea necesita aun más acompañamiento y atención que el niño que fue golpeado. Si me preguntan a mí, siempre seré de las madres que recuerda la inocencia de ambos, y que aprovecha la desafortunada situación en la que golpean a mi hijo para enseñarle de asertividad, límites, empatía y de perdón... no de juicio y discriminación. Aprovecho para hacerles un llamado, mamás y papás, a que extiendan su amor y comprensión a todos los niños, no solo su hijo o hija, porque si la situación nos llegase a pasar a nosotros quisiéramos una mirada compasiva y no un: ¡Saquen a la mamá y al niño violento del programa!
Un Curso de Milagros ha sido la herramienta que ha hecho una revolución en mi mundo. Este libro de entrenamiento mental le da un giro de 360 grados a todo lo que se nos impartió desde niños. Según esta forma de entender nuestra realidad, cuando una persona se comporta sin amor es porque ha perdido el contacto con su propia esencia. Ha olvidado quién es. Nadie en su sano juicio, conectado con su mundo emocional y con su propio poder personal sería capaz de dañar a otro. Si una persona ‘ataca’ es porque sufre profundamente. En esa medida, es cierto que solo existen dos (solo dos) comportamientos en el mundo: comportamientos de amor o PETICIONES DE AMOR.
El acto agresivo del otro solo está retando MI capacidad para amar, MI capacidad para extender mi comprensión y amarle aun en su peor versión. Y amarlo incondicionalmente no significa permitir que me pase por encima, resignarme y volverme sumiso ¡NO! Significa ser mi mejor versión, amoroso, con un mayor entendimiento, liberando el juicio, comprendiendo que esa persona hace lo mejor que puede con lo que tiene. Puedo decir ¡No más! Puedo poner limites y alejarme amando y reconociendo la inocencia del otro. La invitación es a dejar de señalar para empezar a entender. Idealmente a todos los seres humanos del mundo, pero desde hoy, especialmente, a los bebés y niños que agreden a otros.
¡El mico sabe a que palo trepa! ¡Cría cuervos y te sacaran los ojos! ¡La letra con sangre entra! No hay que ir muy lejos para reconocer este discurso: ¡Cómo me haces esto A MI. Yo, que me he sacrificado tanto por ti! Existe esta espantosa noción, socialmente validada, que los niños manipulan a sus padres, que hacen pataletas para molestarnos, que detrás de sus actos hay intenciones maliciosas, y que si no les duele no aprenden. Durante los 3 primeros años de vida nuestros niños no golpean porque quieran dañar al otro, no hacen una pataleta para retarnos y llevarnos al límite. Somos nosotros los adultos los que le atribuimos cualidades completamente retorcidas a sus reacciones, que son solo eso, reacciones. La realidad es esta: Ellos se enfrentan a una situación estresante y buscan dentro del pequeño repertorio de respuestas una que satisfaga su necesidad. No tienen la maduración cerebral para entender lo que sienten, no logran verbalizar sus necesidades y su único recurso llega a ser el llanto desesperado, gritos, patadas o golpes.
Tenemos dos mentes: una que piensa y otra que siente. “Una es la mente racional, es la forma de comprensión de la que somos típicamente conscientes: más destacada en cuanto a la consciencia, reflexiva, capaz de analizar y meditar. Pero junto a este existe otro tipo de conocimiento, impulsivo y poderoso, aunque a veces ilógico: la mente emocional” Goleman. La parte más primitiva, compartida con varias especies, se conoce como el tronco cerebral, rodea la parte superior de la medula espinal y está encargada de procesos básicos para mantenernos vivos. A partir de esta raíz primitiva surgen centros emocionales y luego, millones de años después, la neocorteza o cerebro pensante.
Existen estallidos emocionales, asaltos nerviosos, en los que dicho cerebro primitivo declara una emergencia y recluta el resto del cerebro, sin que la neocorteza pueda intervenir y analizar la situación. Por ejemplo, ante estallidos de ira, nerviosismo o incluso ataques de risa. Nuestro cerebro pensante queda completamente inhibido, no podemos controlarnos, quedamos a merced del instinto. Este es el caso de nuestros bebés: debido a su cerebro apenas en desarrollo el tallo cerebral es el que controla todas las situaciones de estrés y frustración.
Esta es la verdad que nunca nadie nos dijo sobre las pataletas. Son respuestas normales y ESPERADAS para la etapa de desarrollo de nuestros niños. Están completamente vacías de cualquier intencionalidad negativa. He escuchado mamás que dicen: Es que mi hijo solo llora para llamar mi atención. Como si esto quitara algún tipo de validez al llanto. Si tu hijo llora ¡Claro que quiere tu atención! Te necesita, ese es su recurso para mostrarte su dolor, su rabia o frustración. He escuchado mamás que dicen: Que ni crea que con una pataleta me la va a ganar. Como si se tratase de una lucha de poder. El no te hace la pataleta A TI, simplemente reacciona con sus recursos disponibles. ¿Los niños manipulan? NO. Los niños simplemente ensayan las respuestas que tienen a su disposición, y repiten aquellas reacciones que les funcionaron. ¿Los niños lloran por nada? NO. Un niños siempre llora para satisfacer alguna necesidad o expresar algo que aun no logra con palabras.
Quita desde HOY toda intencionalidad negativa en la pataleta de tu hijo, hija o estudiante. Haz de las palabras tu recurso de paz, permite que poco a poco los niños vayan ampliando su capacidad verbal para qué puedan ir cambiando sus rabietas por la expresión regulada de sus emociones a través de las palabras. Recuerda siempre que toda agresión y pataleta no es más que un llamado de amor y repítele a él y a ti misma:
Me dispongo a amarte sin juicio, acompañarte y mostrarte otra manera de hacer las cosas. Quiero guiarte y enseñarte, no culpabilizarte y humillarte. Esta es nuestra oportunidad perfecta de aprendizaje. Escucho tu llamado de amor y como equipo lo resolverémos. Estoy contigo en esto, no contra ti. Hoy y siempre.
***