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Soy lo que soy, no lo que ves.

Actualizado: 24 ago 2019


“Estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios” Eduardo Galeano.


Tenemos decenas de portales en redes sociales que cada segundo del del día refuerzan el consumismo, la identificación con el cuerpo y la discriminación de género. Nuestros niños están expuestos a dinámicas cada vez más complejas y opresivas. Están a merced de la gratificación instantánea, donde todo es fácil y rápido: donde se gana fácil y rápido para gastar fácil y rápido. Donde los estándares de belleza son cada vez más exigentes y más importantes. Donde la aceptación, la pertenencia y el vínculo se mide por Likes. Donde se cree que si es bonito es bueno y por tanto feliz (lo que sea o quien sea).

No vale la pena satanizar Facebook, ni Instagram, ni el contenido de las fotos de la gente a la que seguimos. Vale la pena entender porqué nos identificamos tanto con la apariencia, por qué creemos que lo que importa es que se vea bien (cualquier cosa), por qué caemos en estos supuestos y cómo le estamos transmitiendo estas ideas a nuestros niños. Para escoger la narrativa con la que queremos contarles del mundo debemos primero escuchar nuestros propios discursos, entenderlos y llevarles luz y claridad.

En 1972 la Universidad de Minesota en conjunto con la universidad de Wisconsin publicó un artículo que buscaba llevar a la luz uno de los sesgos más interesantes y peligrosos que como seres humanos tenemos: LO BELLO ES BUENO ¿Cuál es el estereotipo detrás la belleza física? Creemos erróneamente que existe una correlación positiva entre la belleza física y rasgos de personalidad positivos. Es decir, creemos que la belleza física además implica que esa persona es más talentosa, más feliz y tiene mejores relaciones interpersonales que una persona consideraba poco atractiva. Esto parece un chiste ¿qué tiene que ver la belleza física con éxito laboral, buenas relaciones interpersonales y felicidad? Para nuestro cerebro lo tiene que ver TODO.

Schiller ya había sentado las bases para lo que la psicología estudiaría ochenta años después: la belleza física pareciera implicar belleza interior, belleza espiritual y moral. Es un sesgo muy peligroso y nos sucede todo el tiempo. La apariencia física es lo primero que nuestro cerebro procesa cuando interactuamos con una persona. Y es cierto que, por pura biología, existen rasgos físicos que percibimos como atractivos. Sin que nosotros siquiera nos demos cuenta nuestro cerebro hace un rápido escaneo, procesa toda la información y saca gran cantidad de conclusiones acerca de la persona que tenemos enfrente.

Si esa persona tiene rasgos simétricos que biológicamente indican un sistema inmune fuerte, fertilidad y buena información genética entonces la consideramos atractiva; pero como si esto no fuese poco la consideramos también honesta, responsable, cálida y virtuosa. Sucede, queramos o no. Este estereotipo de lo bello es bueno, peligroso y tremendamente dañino, hace que sobrevaloremos la belleza física, atribuyendo cualidades a personas que no necesariamente las poseen.

El estereotipo lo bello es bueno es real y permea nuestras vidas. ¿Qué podemos hacer? Reconocerlo, hacerlo consciente para no dejarnos engañar. Darnos cuenta ahora mismo que la belleza física está sobrevalorada, que es solo un sesgo y que podemos optar por una mirada más humana e inclusiva en nuestras interacciones. Que podemos construir un nuevos discurso con nuestros niños, para hacerlos cada vez más fuertes, críticos y resistentes a estos estereotipos y suposiciones que la sociedad nunca se cuestiona sino por el contrario refuerza.

Una mamá yoguini, con un nivel de consciencia y un entendimiento del mundo espiritual mucho más profundo del que yo no estoy siquiera cerca de tener, me pidió: habla con mi hija, le dicen que su cara es fea y ahora se aferra a la idea que no es tan linda como otra niña. En ese instante entendí. Ningún padre, por más espiritual y elevado, por mas consciente y amoroso está listo para traducir en el lenguaje infantil una verdad tan compleja como la aceptación y el amor propio.

Yo se que ella sabe exactamente qué decirle: que ese cuerpo que ella cree suyo en realidad es una ilusión, que ella no es su cara, ni sus brazos, ni sus piernas, que ella no es ese cuerpo, que ella es su alma. Que ella es hermosa por su luz y por ser una hija amada de Dios, idéntica a todos los demás seres humanos del planeta.

Que todo lo que nos diferencia en la forma es solo la manera como Dios quiso que cada uno expresara su belleza. Sí, decirle todo eso, pero ¿Cómo? ¿Cómo lo traduzco al lenguaje de los niños? ¿Cómo se lo hago vivir y sentir? ¿Cómo se si sí me entendió? Las palabras se quedan cortas, el lenguaje del adulto no alcanza, tenemos que recurrir a las metáforas, los símbolos, al arte y al juego.

Las herramientas que nos ofrece la psicología Gestalt para trabajar el cuerpo/identidad/aceptación con los niños son infinitas, pero debemos empezar revisando cuáles son nuestros propios paradigmas sobre la belleza y el cuerpo. Empezar nosotros a des-identificarnos con este cuerpo físico y este mundo material. La metáfora más clara para que los adolescentes y adultos entiendan esta compleja noción oriental del cuerpo es la metáfora del TRAJE DE ASTRONAUTA.

Imagínate que vas a ir a viajar al espacio, necesitas un traje especial para poder sobrevivir en las nuevas condiciones en las que te encontrarás cuando llegues. Necesitas un traje de astronauta. TU CUERPO es el traje de astronauta que te permite habitar esta nave espacial llamada TIERRA, que viaja a 30km por segundo al rededor del Sol. Sin nuestro traje no podríamos estar dentro de esta nave haciendo este viaje galáctico. Me repito: se que tengo un cuerpo, conecto con este cuerpo, me reconcilio con ese cuerpo. Es mi BRÚJULA de viaje, lo escucho, lo observo. Para finalmente entender que yo no soy cuerpo. Para RECORDAR que yo soy solo SER y el cuerpo es solo el TRAJE.

Como explica Mar Romera, “en educación no existen las recetas elaboradas, porque educar es un mundo de amor y de imaginación”. Para hablar del cuerpo con nuestros niños, para hacerlos fuertes y seguros, para enseñarles a amarse y aceptarse, para enseñarles a recibir la crítica sin desintegrarse, para aceptar la diferencia y ver la belleza de todos los que lo rodean, no existen formulas ni recetas. Pero sí hay ensayos de expertos que han despejado el camino y hoy nos brindan herramientas envueltas en metáforas e historias para llevar luz a un tema tan lleno de grises. Hoy les comparto las que yo he puesto en práctica, las que me han permitido devolverle la luz a los ojos de los niños que ya no creían en su propia belleza.

1. La cáscara y el huevo

Huevos crudos en sus cascaras son una excelente metáfora para explicarles a los niños la relación entre el cuerpo y el alma. Antes de empezar a jugar le explico a los niños que vamos a imaginarnos que ellos son los huevos. Empezamos pintándoles la cascara con marcadores permanentes, como si fuera un cuerpo humano les ponemos ojos, boca, nariz, pelo y todas las características físicas que queramos atribuirle.

Luego traigo un plato y quiebro uno de los huevos pintados, vierto la clara y la yema dentro del plato y pongo la cascara partida al lado. Con este escenario en frente le pregunto al niño, ahora ¿dónde está el huevo? Ellos siempre señalan el plato. Así, les explico que tal y como los huevos nuestro cascaron es nuestro cuerpo físico lleno de órganos, huesos y tejidos, pero nuestra verdadera esencia es lo que esta debajo de la cascara. Nuestra verdadera esencia es como el huevo que dejó el cascaron que lo protege.

2. Yo soy un rosal

Esta técnica de Violet Oaklander se encuentra en su libro “Ventanas a nuestros niños” y constituye una gran herramienta para recibir algunas pistas sobre la autoimagen del niño. La invitación es a NO sobre-analizar el dibujo. Como padres o educadores no queremos hacer terapia ni depositar nuestras conjeturas sobre su proceso artístico. Solo buscamos que nuestros chiquitos logren su expresión emocional, dándoles el espacio y el permiso de pintarse como ellos mismos se perciben, sin necesidad de cambiar, aconsejar o ‘arreglar’ ninguna percepción. Para este ejercicio primero se hace una pequeña imaginería, se les pide que cierren los ojos y visualicen que son un gran rosal (muchos niños no saben qué es un rosal, se le explica que es una planta de la que salen las rosas pero que en esta ocasión se lo van a imaginar como ellos quieran). En palabras de Violet Oaklander la imaginería la guiamos así:

"¿Qué tipo de rosal eres tú? ¿Eres muy pequeño? ¿Eres grande? ¿Eres grueso? ¿Eres alto? ¿Tienes flores? Si es así, ¿de qué variedad? (No es forzoso que sean rosas). ¿De qué color son tus flores? ¿Tienes muchas o pocas? ¿Estás en plena floración o sólo tienes capullos? ¿Tienes hojas? ¿De qué tipo? ¿Cómo son tu tronco y tus ramas? ¿Cómo son tus raíces?... O quizás no tienes. Si tienes, ¿son largas y rectas? ¿Son retorcidas? ¿Son profundas? ¿Tienes espinas? ¿Dónde estás? ¿En un patio? ¿En un parque? ¿En el desierto? ¿En la ciudad? ¿En el campo? ¿En medio del océano? ¿Estás en un macetero o creciendo en el suelo o a través del cemento, o incluso dentro de algún lugar? ¿Qué hay a tu alrededor? ¿Hay otras flores o estás solo? ¿Hay árboles? ¿Animales? ¿Gente? ¿Pájaros? ¿Luces como un rosal u otra cosa? ¿Hay algo a tu alrededor, como una reja? Si es así, ¿cómo es? ¿O sólo estás en un espacio abierto? ¿Cómo se siente ser rosal? ¿Cómo sobrevives? ¿Hay alguien que te cuide? ¿Cómo está el tiempo para ti en este momento? Después pido a los niños que abran los ojos cuando estén listos y que dibujen sus rosales. Generalmente añado: No se preocupen de sus dibujos, ya me los explicarán. Más tarde, cuando el niño me explica su dibujo, yo escribo su descripción al pie. Le pido que describa el rosal en tiempo presente, como si fuera el rosal. A veces hago preguntas tales como: "¿Quién te cuida?".

¿Para qué hacer esto? La imaginería y el trabajo a través del arte permite que los niños expresen y liberen emociones que han permanecido retraídas o incluso de las que no son conscientes aún. De esta manera, el ejercicio del rosal es una excelente propuesta para que ellos puedan verbalizar cómo se sienten sobre ellos mimos despersonalizándolo a través del dibujo.

3. El bosque

La metáfora del bosque es una gran forma de que nuestros niños interioricen la idea de las diferencias en el mundo y cómo nuestras diferencias nos hacen únicos y especiales. Queremos fomentar la aceptación, la tolerancia y el respeto por todos los seres vivos del planeta y en esa medida tenemos que hacer frente a la gran pregunta: ¿Por qué Dios nos hizo tan distintos? Idealmente esta metáfora se comparte dando una caminata por un bosque o parque, abrazando cada árbol, recogiendo algunas de sus hojas secas y contemplándolos por unos instantes. Si no se cuenta con la posibilidad de salir al aire libre se puede pintar un bosque. La imagen que les compartimos es la siguiente:

"¿Te imaginas que un día un manzano mirara al lado y dijera: “No más, quiero ser como el pino que está allá al otro lado. No quiero ser mas un manzano, estoy cansado de ser yo mismo con mis hojas gruesas y mis frutos rojos, el pino es mucho mas lindo, elegante, su olor es mejor que el mío, de hoy en adelante quiero ser igual al pino?”. Si el manzano no se amara tal y como es y quisiera ser como el pino dejaríamos de tener manzanas en la tierra, y eso sería muy triste. De igual manera, si el pino quisiera dejar de ser pino para ser una palma nos perderíamos de toda su belleza y su aroma. El bosque necesita cada uno de sus arboles, completamente diferentes, para poder ser rico y estar lleno de colores, sabores y aromas. Cada árbol tiene frutos que ofrecernos y el bosque los ama a todos por igual. Nosotros somos como los árboles, cada uno es diferente pero igual de importante y de hermoso para el bosque.

4. La manzana y la estrella

Esta es una historia que me compartió Paola García en la formación de Yoga y Mindfulness para niños en Happy Yoga Bogotá. Con una manzana partida horizontalmente logramos ver claramente la simbología del poder personal y la luz que brilla en nuestro interior.

Porque todos tenemos una luz que brilla muy fuerte, igual que la luz de las estrellas, y solo cuando nos abrimos a compartirla puede brillar en todo su esplendor. Hoy transcribo la versión en línea de Agustín Prieta en su blog de Estrategias y meditaciones para el bienestar.

"Había una vez una manzana que siempre había querido ser estrella. Nunca quiso ser manzana. Se pasaba las horas pensando, ilusionada, cómo sería vivir una vida brillante desde el cielo. Un buen día, viendo a las aves ascender hacia lo alto, la manzana le preguntó:

– ¿Dónde duermen las estrellas?. Las aves sonriendo, dijeron: – No, querida manzana, las estrellas están en el cielo día y noche, siempre llenas de luz, pero de día el Sol no nos permite divisarlas.

A nuestra protagonista se le avivaron los deseos de ser una estrella, allá en el alto cielo, cargada de luz inagotable. Otro día la manzana preguntó al viento: –Dime viento, ¿las estrellas están fijas o se desplazan recorriendo el firmamento?. –Las estrellas recorren todo el firmamento a una velocidad de vértigo, contestó el viento. Una vez más se avivó el anhelo de convertirse en estrella. La manzana poco a poco maduraba pero era incapaz de sonreír, no aceptaba su destino y no era feliz.

Un día una familia se refugió bajo las ramas del gran manzano, buscando su sombra protectora. Felices contemplaron las frutas, el padre con cuidado agitó el tronco y cayeron varias manzanas, las más maduras. La niña cogió la más hermosa, la observo, la olió y la frotó con su vestido dejándola muy brillante. Luego le pidió la navaja a su padre y la cortó de forma transversal; la pequeña quedó asombrada al ver la estrella que apareció en el corazón de la manzana. – ¡Mira qué maravilla, aquí hay una estrella! gritó la niña. La manzana había vivido sin darse cuenta de que dentro de sí guardaba lo que tanto ansiaba, sólo que para mostrar su estrella tenía que abrirse y brindarse a los demás".

5. Ponerse las gafas del amor

Nuestros niños se van a encontrar con compañeros que les van a decir lo feos, raros o diferentes que son. Se van a enfrentar a situaciones donde los van a segregar, donde no los van a dejar jugar o donde alguien mas va a ser ofensivos o hiriente. En mi época me enseñaban a ‘defenderme’, pero yo no quiero eso para mis niños. Vivimos en este mundo de ataque y defensa, de buenos y malos, y yo quiero mostrarles otra posibilidad. Porque yo no creo en la agresión como defensa, yo creo en el amor como defensa. Mi gran enseñanza va a ser la de la compasión, la del amor incondicional y la del perdón, aun en la agresión. Para eso utilizo siempre la metáfora de las gafas del amor donde les explico:

Hay niños que no pueden ver con los ojos del amor, ver con los ojos del amor necesita un esfuerzo porque tienes que elegir ponerte las gafas, cuando te las pones entonces puedes ver como con rayos X a través de la cascara del huevo, puedes ver el huevo por dentro, sin distraerte por cómo parece ser en su cascarón. A veces a muchos niños les cuesta ponerse sus gafas, tal vez sus papás tampoco los ven con las gafas del amor y ellos están asustados y muy tristes, tienen mucho miedo en su corazón.

Cuando pierdes tus gafas no solo dejas de ver le belleza de los demás, sino que dejas de ver tu propia belleza, y esto causa mucho dolor. Cuando una persona nos hiere o critica esa persona está sufriendo profundamente, ha perdido sus gafas y ahora no tiene la magia para poder ver la belleza de los demás. Nuestra tarea es no perder nuestras gafas aun cuando esa persona nos ha lastimado, nosotros decidimos seguirla viendo a pesar de sus imperfecciones, recordando que esa persona tiene una estrella dentro, tal y como la manzana.

Que esa sea nuestro regalo para cada niño que encontremos en el camino, que podamos recordarle que su cuerpo es como el cascaron de un huevo, que lo recubre y protege, pero que su esencia está más allá de esa cascara que llamamos cuerpo. Que en el bosque encontrará muchos árboles, de diferentes colores y tamaños, pero que el bosque los necesita a todos por igual, para poder ser ese lugar mágico lleno de colores y sabores. Que dentro de cada uno de nosotros hay una estrella lista para brillar su luz, y que como el manzano solo debe recordarlo y abrirse a compartir su brillo. Y que las gafas del amor nos dan la magia de ver con rayos X nuestra belleza y la de los demás, y todo aquel que no puede ver nuestra belleza es porque ha perdido sus gafas y nuestro deber es comprenderlos y seguirlos viendo tal y como son, a pesar de ellos mismos.

Hago la invitación a cualquier persona que pase por aquí a contribuir a este entramado de ideas, de historias y simbologías para que cada vez tengamos más narrativas dispuestas a recordarnos nuestra grandeza, nuestra belleza y nuestro poder infinito. Que podamos nutrirnos con la sabiduría infinita del camino que cada quien ha recorrido. Para eso les dejo la invitación abierta a seguir hilando este tejido que es de todos y que algún día regalaremos como una ruana calientita a nuestros niños, para calentarles el alma.


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