Enséñame a decir no: Autocontrol en la infancia. Segunda Parte
Actualizado: 24 ago 2019

Fue en un invierno en el sur de Francia, mientras pasaba navidad en el monasterio budista, que conocí al ser humano que me cambiaria para siempre. Ese personaje que abrió mis sentidos a un mundo lleno de posibilidades se llamaba Lucca, y en ese entonces tenía seis años. Él estaba pasando una navidad que, según mi criterio, era algo inusual para un niño. Meditación, dieta vegana, largas horas de silencio, charlas sobre el sufrimiento y la iluminación. Y él ahí, jugando y riendo entre altares y monjes budistas. Era un niño de seis años, igual a tantos otros que había conocido antes, pero a la vez era completamente diferente. Nos conocimos y fue amor a primera vista, se convirtió en mi compañero de juegos y aventuras, y, sin lugar a dudas, se convirtió en mi mas grande maestro. Muchas veces he sentido que la única razón por la que llegué hasta allá fue a su encuentro.
Dentro de nuestros días de invierno en el monasterio llegó navidad, 24 de diciembre y las monjas llevaron dulces para compartirle a los niños. En menos de cinco minutos Lucca tenía las manos repletas, y los dulces se le escurrían ente los dedos. Se comió uno, le encantó. Abrió el segundo y lo disfrutó todavía mas. Pero a la hora de abrir el tercero pasó algo inusual. Yo solo observaba. Se detuvo, respiró, se llevo la mano al corazón y cerró los ojos. ¿Qué está haciendo? pensé. “Mi corazón ya no necesita mas azúcar. No comeré más por ahora” dijo. Yo no lo podía creer: ¡estaba sintiendo su pulso cardiaco! Y al sentir el latir de su corazón acelerado había decidido dejar de comer dulces.
La acción de Lucca no es mas que un perfecto ejemplo de control de impulsos. No era que no le hubieran gustado los dulces, o que tal vez ya estuviera lleno. Yo fui testigo de la tremenda satisfacción que le producía comerlos, y también fui testigo del tremendo esfuerzo que tuvo que hacer para definitivamente no abrir el tercer. Pero lo hizo. El control de impulsos es posible, y desde muy temprana edad. Que nuestros niños logren posponer una satisfacción inmediata es uno de los retos mas grandes que como padres tenemos que asumir. Qué los niños antes de los ocho años no pueden controlarse es falso. Entre los 5 y los 8 los circuitos que controlan los impulsos experimentan un gran desarrollo neural, eso es cierto. Sin embargo, no es necesario esperar hasta la escolaridad, pues los circuitos se desarrollan desde el nacimiento. Estamos en una época en donde la gratificación es instantánea por las redes sociales y nuestros niños no deben quedar a merced de la impulsividad.
El autocontrol sí se desarrolla, a partir de entrenamiento, pues responde a una función cerebral. El cortex prefrontal alberga las funciones ejecutivas que nos permiten controlar los impulsos y nuestro cortex prefrontal se puede fortalecer cuando tenemos control cognitivo. ¿Qué es control cognitivo? Es la capacidad que como seres humanos tenemos de regular la expresión de nuestras necesidades. Los niños que no obedecen ordenes y que se enfurecen con facilidad tienen un déficit en este circuito. Son impulsivos y caprichosos. La respuesta no es el castigo, la respuesta es enseñarles a desarrollar mayor control cognitivo. Y el control cognitivo se logra a través de juegos que nos obligan a detenernos, ignorando ciertos impulsos y concentrándonos en un objetivo final.
Si el autocontrol es una función cerebral que se entrena y fortalece, ¿cuál sería un ejercicio para lograrlo? Demorar una gratificación. Como Lucca, poder detenerse, respirar y decidir: ahora no, voy a esperar es lo que se traduce como auto control. Y es la habilidad que queremos cultivar en ellos. En los años 70 la Universidad de Standford desarrolló un estudio longitudinal que revolucionó la psicología infantil. “El cuarto de las sorpresas”. Años mas tarde el New York Times publicó un articulo sobre el experimento y desde ese entonces se conoce mundialmente como “El test de la golsina” o “El test del malvadisco”.
El experimento consistía en observar a través de una ventana de espejos semitrasparentes a niños de etapa preescolar a los que se les planteaba un duro dilema. Se les decía que podrían recibir un dulce inmediatamente, pero que si esperaban solos veinte minutos sin comérselo recibirían dos. Los niños eran dejados solos con el dulce en frente. Era su opción elegir, podían coger el dulce y comérselo en ese mismo instante, o esperar los 20 minutos y recibir dos. Cómo aguantaban o no aguantaban la demora fue lo que llamó la atención de los investigadores. La tentación era demasiado potente y se evidenciaba un intenso conflicto.
Mas de 550 niños matriculados en el preescolar de la Universidad de Stanford fueron evaluados con el experimento entre 1968 y 1974, y lo mas interesante es que el experimento no quedó ahí. Una década después del test original los estudios continuaron con el seguimiento de la vida de estos niños, como era su vida laboral marital, física, económica y mental. Los resultados fueron sorprendentes: “Los preescolares que mas esperaron en el test de la golosina eran considerados una década mas tarde como adolecentes que mostraban mas autocontrol en situaciones frustrantes; que cedían menos a tentaciones; que se distraían menos cuando trataban de concentrarse; que eran mas inteligentes, independientes y seguros de sí mismos […] eran previsores y planeaban mas las cosas”.
A la edad de 30 años los análisis continuaron ¿Cómo era el cerebro adulto de aquellos niños alguna vez sometidos al experimento? Realizaron escáneres cerebrales y los descubrimientos confirmaron los resultados de la etapa adolescente. Las áreas del cerebro relacionados con adicciones y obesidad eran distintas en aquellos participantes que no aguantaron la espera y se comieron el dulce antes de los 20 minutos. Sus cerebros mostraban Mayor activación neuronal en el estriado ventral, la zona mas primitiva del cerebro, asociado al deseo, el placer y las adicciones. ¿Qué mostraba el cerebro de aquellos niños que lograron posponer la gratificación inmediata? Mostraban mayor actividad neuronal en el área del córtex pre frontal del cerebro, área encargada de la resolución de problemas, el pensamiento creativo y el control de la conducta impulsiva.
Aunque los experimentos originales de los años 70 no fueron filmados, se han replicado alrededor de todo el mundo. Les compartimos uno de esos casos:
Según Mischel, conductor del experimento, la investigación logró confirmar que los niños con buenas capacidades de demora se convertían en adultos con un mejor desempeño académico, más capaces de alcanzar metas, con una mayor capacidad de adaptación a las relaciones interpersonales y a las situaciones frustrantes, una mayor habilidad para lidiar con el estrés y menos propensos al uso abusivo de sustancias. “La disposición del niño en edad preescolar a esperar y recibir así mas golosinas, en vez conformarse con menos, es tan predictiva del éxito y bienestar futuros”.
Los niños que lograron superar la tentación lograron lo que se conoce como “la asignación estratégica de la atención”. ¿Qué significa esto? Los niños que lograron resistir a la tentación utilizaron estrategias como cantar, jugar con el malvavisco o taparse los ojos. Estas técnicas buscan desenfocar voluntariamente la atención y mantenerla en esa otra cosa, para finalmente enfocarla en la recompensa posterior. ¿Existe una relación entre fuerza de voluntad y atención? Completamente. Como explica Goleman, nuestro enfoque es la clave de la voluntad. Para lograr fuerza de voluntad necesitamos la atención ejecutiva y tres habilidades especificas:
Desenfocar voluntariamente la atención del objeto de deseo
Resistir la distracción para no volver al objeto de deseo
Mantener el enfoque en el objetivo futuro
Levine explica que el autocontrol surge en cambios operados en la función ejecutiva durante la etapa preescolar. La atención ejecutiva se desarrolla a partir de los tres años, esa capacidad para enfocar la atención voluntariamente ignorando otros estímulos distractores. Esta misma atención ejecutiva es la que le permite al niño decir no a cierta tentación, y será el poder de voluntad de su adultez. La amígdala, centro emocional, se regula cuando hacemos uso de la atención selectiva. Por esa razón, cuando a un niño pequeño que está llorando se le dice: ¡mira el pajarito! o se les muestra otro estimulo, deja de llorar. Al estar centrado el suficiente tiempo en otro objeto entonces la amígdala logra calmarse. ¡Los niños pueden aprender estas estrategias para su autorregulación emocional! ¿A dónde debo llevar mi atención cuando debo resistir una tentación? ¿A dónde debo llevar mi atención si necesito serenarme? Estas son preguntas que debemos contestar con ellos para que aprendan a hacer un uso estratégico de la atención. Para que aprendan a detenerse, a respirar, a reconocer cómo se siente la impaciencia, dónde se siente, de qué color sería y como se vería si fuera un personaje animado. Para que aprendan a enfocar su atención estratégicamente si lo necesitan, para que aprender a decir: ¡No!
Finalizando el retiro en Plum Village, el monasterio del que les hablé, tuve una seria conversación con Lucca. Me senté y le dije: “Lucca, yo quiero que los hijos que tendré algún día crezcan felices, sanos y conscientes como tú. Quiero que puedan detenerse y respirar como tú, que estén conectados con su corazón y con su cuerpo. Que puedan decir ¡No! Y sepan que lo mas importante es nutrirse. ¿Qué tengo que hacer?”. Me acuerdo lo serio que me miró, reflexionando en lo que le acababa de decir, y respondió: “Tu solo les explicas, y si se les olvida vuelves y les explicas, hasta que ya no se les olvide más”. Explicarles. Con amor, una y otra vez, demostrarles, una y otra vez. Lo van a olvidar, tu solo les recuerdas con la paciencia infinita que solo un padre y una madre pueden cultivar. Qué encuentro sagrado y que semilla plantaste en mi Lucca, por siempre agradecida.