El poder de la agresividad infantil
Actualizado: 24 ago 2019

“Los niños no deberían sentir rabia, ellos son pura felicidad”; “No quiero que mi hijo sea agresivo”; “Un niño con rabia puede salirse de control”; “Para no lamentarse, mas vale un correazo a tiempo”. Si nos aterra un niño llorando, ni se diga un niño expresado rabia o jugando de forma agresiva.
Cuando un niño manifiesta su rabia o su inconformidad lo tildamos de rebelde, desobediente o altanero. Lo que en realidad estamos haciendo es bloqueando su principal mecanismo de supervivencia que le permitirá luchar por su vida, oponerse ante injusticias sociales o enfrentar algo amenazante cuando sea un adulto. ¿Cuál es entonces el valor de la agresión? ¿Cuál es su función en el organismo? ¿Cómo puedo acompañar la rabia de mi hijo/estudiante sin reprimirla? ¿Cómo puedo poner límites saludables?
Usualmente nuestra atención se concentra en los malos comportamientos: todo lo que el niño o niña hace y nos resulta incomodo; todo lo que queremos corregir o reprimir. Pero se nos ha olvidado reconocer el valor y la sabiduría detrás de cada emoción, incluida la rabia. Se nos ha olvidado honrar cada expresión emocional, incluida la agresividad. Pegar, empujar, arañar, patalear es en realidad una respuesta adaptativa del organismo que enfrenta una experiencia de dolor o miedo. Es la forma como nuestro cuerpo garantiza la supervivencia. Es la forma como mejor sabemos protegernos.
La agresión es una característica innata, con carácter evolutivo. Cuando nos enfrentábamos a depredadores era el último recurso que utilizábamos antes de entrar en pánico y quedar inmovilizados. En esa medida, entendamos que cuando nuestro hijo responde de manera agresiva es la sabiduría de su cuerpo y su propia necesidad de sobrevivir lo que lo ha llevado a reaccionar. ¡Sí, de sobrevivir! Podríamos pensar que su supervivencia no está en riesgo. Sin embargo, en la experiencia subjetiva del niño sí lo está: que le quiten un juguete, que se acerquen demasiado, que no suplan sus deseos inmediatos es para él una cuestión de vida o muerte.
En este artículo quiero invitarlos a re-significar el comportamiento agresivo de nuestros niños, no con aras a promoverlo, pero sí con aras a entenderlo y poder acompañarlo desde una mayor consciencia. Devolverle el valor a la agresión representa el primer paso antes de querer re-direccionar estos comportamientos. Porque la verdad es que decirle simplemente “No hagas eso” no es suficiente, y puede causar secuelas a futuro.
Cuando le decimos a un niño simplemente “¡No!” “¡Así no se juega!” “¡Eres un grosero!” “¡Mejor te dejo solo para que aprendas a ser suave!” estamos causando una gran confusión. El niño pensará: hay algo mal en mí que siente este impulso incontrolable, mejor dejo de escuchar a mi cuerpo, mejor dejo de sentir. ¿Qué obtenemos en consecuencia? Adultos completamente desconectados de su instinto, con un cuerpo enfermo, que no logran expresar sus emociones y que deben pagar retiros de Yoga, Mindfulness, terapia psicológica o cualquier otra alternativa que les permita volver a sentir.
Recordemos que los niños son psico-corporales, es decir, manifiestan a través de su cuerpo cualquier emoción que surja en el momento presente. Sin filtros o inhibiciones. Están 100% conectados con su mundo emocional y la lógica no opera como en el adulto. ¿Debemos entonces regañarlos por no comportarse a la altura? Todo lo contrario. Debemos contener con empatía lo que están expresando, entendiendo que su maduración cerebral les hace reaccionar antes que racionar.
Tenemos tanto miedo a la agresión infantil que cuando ésta aparece tendemos a reprimirla inmediatamente con un: ¡NO! El problema es que la represión genera escalamiento (es decir que la emoción reaparece esta vez con mayor fuerza) o genera síntomas psicosomáticos (enfermedad física a raíz de una emoción no procesada).
Si decimos simplemente ¡NO!, estamos perdiendo la oportunidad de ENSEÑARLES UNA ALTERNATIVA. Nuestros niños necesitan aprender qué hacer con esa rabia que sienten, necesitan aprender una forma sana de canalizarla y NOSOTROS somos los responsables de enseñarles una vía alterna. Solo así serán adultos de paz, capaces de reconocer sus impulsos y ESCOGER, dentro de su REPERTORIO DE RESPUESTAS, cómo reaccionar.
¿Qué hacemos entonces? ¿Cómo validamos la emoción? ¿Cómo recordamos la sabiduría del cuerpo que actúa desde el impulso? ¿Cómo acompañamos con empatía sin convertir a nuestros niños en pequeños tiranos? RE-DIRECCIONANDO. Según Lisa Dion, fundadora de la Terapia de Juego Sinergética y escritora del libro “Agression in Play Therapy”, existe una manera en la que podemos validar la agresión y a la vez re-direccionarla para que el niño aprenda una forma sana de expresarla. Veamos un ejemplo:
Carlitos de 3 años decide empujar a un compañero que se ha atravesado en el parque. La profesora entonces se agacha al nivel de Carlitos, establece contacto físico y le dice: “SÉ QUE ESCUCHASTE TU CUERPO, E HICISTE MUY BIEN EN HACER LO QUE TE PEDÍA, SIN EMBARGO, TE VOY A ENSEÑAR OTRA MANERA”.
En terapia de juego, por ejemplo, cuando se presenta juego con espadas, batallas en la caja de arena, o cualquier tipo de juego agresivo la frase que el psicólogo utiliza es la siguiente: “SE QUE ESTO ES IMPORTANTE PARA TI, Y NECESITAS MOSTRARME LO QUE SIENTES, PERO MUÉSTRAME DE OTRA MANERA”.
No invalidamos. Agradecemos la expresión de la emoción, pero mostramos o pedimos una manera mas sana de expresarla.
Dentro de esta re-dirección podemos invitar al niño a explotar globos de aire; amasar arcilla y golpearla con todas sus fuerzas; pegarle a un saco o almohada con un bate de goma; tocar un tambor con baquetas a toda velocidad; construir una torre y derribarla con su cuerpo; lanzar huevos o bolas de papel mojado a una pared. Las formas son infinitas, pero la misión una sola: encontrar una manera sana para que el niño exprese la ira contendía, liberando la tensión muscular. La energía agresiva debe drenarse a través de el juego agresivo (que puede ser un juego de visualización o corporal); solo así se reducirá la probabilidad de expresiones de agresión subsecuentes.
De hoy en adelante cambiemos el NO rotundo por un “se que escuchaste tu cuerpo” “gracias por mostrarme lo que sientes” “se que esto es importante para ti”, seguido de “liberémoslo mejor así…” “muéstramelo de otra manera” “exprésalo con tus palabras”. Reconozcamos el poder de la agresión infantil como una oportunidad para desarrollar inteligencia emocional y la única manera de crear futuras generaciones en paz.