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Una palmadita para corregirlos no le hace daño a nadie...¿o sí?

Actualizado: 24 ago 2019



¿Existe un castigo físico que sea legitimo?

¿Cuándo el castigo físico pasa a ser maltrato?

Palmadita, nalgada, pellizco, apretón, sea cual sea el eufemismo que se le ponga, digámonos una verdad de una vez por todas: castigo físico es castigo físico.

“El ejemplo más claro es que a mí me daban pelas y yo no quedé traumatizado, yo salí bien. Una palmada de vez en cuando no hace mal a nadie”. Ese es el argumento que escuché a alguien muy cercano, cuando le pregunté si él le daría pelas a sus hijos para corregirlos. Mis castigos físicos fueron mínimos, y los puedo contar con una mano, pero para mí no fueron constructivos ni mucho menos educativos. Y es verdad, yo tampoco quedé traumatizada, yo también ‘resulté’ siendo una adulta sana y equilibrada. Pero esas pelas durante mi infancia no me dejaron nada, nada bueno… o tal ves sí, una sola cosa: hoy son el aliciente para querer hacerlo distinto cuando sea mi turno de educar.

Ángela Pérez, experta en educación y directora de MISI Taller Infantil Creativo en Bogotá, me compartió una metáfora que a ella le compartió María Isabel Murillo. Cuando me leyó esta reflexión decidí tatuármela en el alma para tenerla bien presente cuando llegara mi momento. Hoy la comparto porque creo que no hay mejor paralelo para describir la relación de los padres con el castigo de un hijo:

“Nos es fácil tener consideración y empatía con una persona que evidentemente nos muestra que le es imposible actuar como lo esperamos.

Si vamos caminando y de pronto alguien nos empuja por detrás, o nos pisan con fuerza el pie, nos volteamos con molestia a reclamarle a esa persona que tenga cuidado y que se fije por dónde camina.

De pronto, en un instante, alcanzamos a notar que se trata de una persona que ha perdido el sentido de la vista, e inmediatamente, nuestra reacción cambia. Le decimos con toda sinceridad que no se preocupe, y muy seguramente, nos ofrecemos para ayudarle en lo que necesite.

Esa misma empatía es la que nuestros hijos esperan de nosotros, pues ellos realmente no tienen todavía los elementos para expresarse de maneras más tranquilas frente a una situación que les genera impotencia o que no saben cómo resolver.”

La pregunta es clara: ¿golpearías al invidente que te ha empujado? La respuesta es ¡Jamás! Esa persona hace lo que puede con sus capacidades. Y entonces, ¿por qué sí golpearíamos a un bebé o a un niño que apenas está aprendiendo a ver el mundo? Él o ella hacen lo que pueden con las herramientas que tienen, no necesitan verdugos, necesitan una guía paciente y amorosa. RECUERDA: Tu hijo está haciendo lo mejor que puede.

La manera de educar evidentemente ha cambiado con las generaciones. Nuestros abuelos fueron todos educados con correazos, rejo, reglazo o con cuanto utensilio pudiera emplearse para esta labor. Los castigos que me cuenta mi abuela de su colegio de monjas hoy me parecen una atrocidad absurda, pero para la época eran aceptados, peor aun, eran la tendencia educativa. La siguiente generación tuvo la libertad de escoger... el castigo físico empezaba a ponerse en tela de juicio. Hubo padres que decidieron romper con el ciclo de violencia de su familia, otros aún no se atrevieron. Finamente llegó nuestra generación. Más educada, con más recursos y avances en pedagogía y neurociencia infantil ¿y de qué sirvió? Como dice Mar Romera, “nuestros abuelos no leyeron sobre educación, nuestros padres tampoco, nosotros sí, pero no se si realmente lo estemos haciendo mejor”.

Creo que hay dos razones por las que un padre o madre de nuestra generación acude al golpe para corregir. La primera sería porque su paciencia llegó al límite. Un coctail de impulsividad con incapacidad para regularse emocionalmente. La segunda sería por creer que el golpe es, realmente, un recurso educativo. No puedo justificar ninguno, sin embargo, el último me compete directamente. Aunque quisiera, no puedo entrar a la vida del adulto a pedirle que sea emocionalmente inteligente, que regule sus emociones, que practique Mindfulness y se haga consciente y responsable de SU propia frustración. Pero en el segundo punto sí creo que puedo tener una incidencia directa y es la de desmantelar la creencia de que el golpe enseña, que con una buena palmada “ahora si no se le va a olvidar” y “va a saber quién es el que manda”.

¿Por qué un padre castiga mediante el contacto físico?

1. Porque no tiene mas herramientas, eso está claro. Y lo más curioso es pensar que cuando el castigo físico no resulta efectivo, los padres agresores, en lugar de buscar otras estrategias, aumentan la intensidad de la agresión.

2. Porque está replicando, inconscientemente, el mismo patrón de crianza que recibió de niños. Esto respalda el argumento de que los genes violentos son heredados. “Se sabe que cuanto más golpeados son los niños, más enojo reportan en la edad adulta, más golpean a sus propios hijos cuando llegan a ser padres y más tienden a golpear a sus esposas. Así se produce la transmisión intergeneracional de la violencia”

*Tomado de: "El castigo físico en la crianza de los hijos: Un estudio comparativo".

Muchos padres realmente consideran que los golpes leves benefician la disciplina en el hogar. El castigo que produce dolor físico se ha concebido como un recurso útil para que los niños y niñas obedezcan. Y sí, efectivamente pueden suprimir un comportamiento indeseado temporalmente. Y sí, efectivamente enseña varias cosas, entre esas: que la agresión es un medio válido para solucionar un problema, que no podemos confiar plenamente en los seres que más amamos porque son capaces de lastimarnos, que merecemos un fuerte castigo cuando cometemos un error, que el amor tiene limites y condiciones.

El castigo físico no enseña ningún conducta nueva, solo cultiva rencor en el corazón. Según estudios psicológicos, el castigo es efectivo sólo en el corto plazo pero causa problemas conductuales en el largo plazo, como por ejemplo, baja autoestima, depresión y trastornos disruptivos del comportamiento como hiperactividad y actitudes negativitas.

La obediencia que se pretende en estos casos responde a un proceso externo al sujeto, impuesto, autoritario, que no acepta el diálogo ni respeta la individualidad. Que concibe al niño como un ser subordinado, sobre el cual se tiene poder y control. Esos no son los niños que queremos educar para el futuro, queremos que nuestros niños sean críticos, para que logren autorregularse el día que se les presente una situación donde no haya estímulos disciplinarios externos.

¿Qué hacer entonces? Detenerse, respirar, ser consciente de tus propios límites como padre y utilizar el diálogo como recurso de paz. El niño es un ser completo y entero, capaz de construir conocimiento según la retroalimentación verbal y el análisis del contexto. Es necesario de una vez por todas deslegitimar el castigo corporal y abogar por las técnicas disciplinarias inductivas donde se incorpora diálogo, razonamiento y explicación. El padre o madre no debe solamente acusar y sancionar, debe realmente explicar cuáles son las implicaciones de la conducta indeseada y hacerlos participes de la reparación.

Pero creo que todo el problema responde a una creencia base y es: “Es muy pequeño para entender”. Subestimamos enormemente a los bebes y a los niños, creyéndolos incompletos o ineptos. Pensamos que perdemos el tiempo si les explicamos las cosas, y creemos que con el dolor físico aprenderán mejor y más rápido. Y la verdad es que es todo lo contrario. Lo que sí es verdad es que requiere mucho más esfuerzo, mas entrega, más paciencia y más madurez lograr analizar y explicarle a un niño su conducta indebida que lanzar un golpe desesperado ante la menor frustración del adulto o signo de desobediencia del niño.

Concerniente a esto cierro con la metáfora que utiliza la pedagoga Prabhunam Kaur en su formación de Kundalini Yoga para niños. Ella explicaba que los niños son seres completos y enteros, altamente perceptivos y muy sensibles. Según una visión espiritual los niños están mas conectados con la fuente, llevan menos tiempo en este plano físico y aun recuerdan su verdadera esencia, viven en el presente y están completamente conectados con su inocencia.

Los niños son seres altamente elevados, altamente espirituales y mágicos. Prabhunam Kaur explicaba que cuando recibía a sus diez niños en sesión de Yoga era como si estuviera recibiendo a 10 Jesús, 10 Budas, 10 Madres Teresa de Calcuta y con ese respeto y reverencia los trataba. “Si llegara Jesús a tu salón de clases ¿qué harías?, le dirías… A ver rapidito siéntese que no tengo todo el día… evidentemente no”. Y este no es un asunto menor, ¡tienes en tu casa o en tu salón de clase un Jesús, un Gandhi, un Buda! ¡Tienes enfrente tuyo un ser de las estrellas! Y no merece más que ser amado y tratado con profunda reverencia.

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