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Demasiados juguetes ya no dejan jugar

El Niño Dios, Santa Claus, los Reyes Magos traen mas ansiedad que disfrute. Yo recuerdo bien mis navidades donde la emoción por abrir los regalos no me dejaba tiempo para siquiera apreciar lo que me estaban dando. Un regalo tras otro, tras otro, tras otro. Abrirlos todos a la vez, ponerles pilas todos a la vez, jugar con todos a la vez. Multiplicarme para poder hacer frente a la casa de muñecas, a la Barbie, a la bebé Cabbage, a la patineta, al computador de Fisher Price, al Tamagotchi, al Furby y al parque acuático de las Polly Pockets.


¿Al final? Se perdía la cuenta y el entusiasmo. Solo quedaba papel rasgado, una sensación de agotamiento y la gran pregunta ¿Ahora qué? La historia se repitió en todos los hogares de mi generación y continua hoy con la nueva generación: niños rodeados de tantos juguetes que se asfixia la magia de lo simple, la creatividad y la libertad. Un chantaje comercial que alimenta el consumismo y coarta el juego. Tanto ahora como hace treinta años la verdad es contundente, menos es más.


Mis navidades transcurrieron como las de cualquier otro niño o niña, y aun como psicóloga infantil nunca cuestioné esta práctica de atiborrar a los niños con regalos durante navidad. Para mí no solo era lo normal, sino lo correcto. Así fue, hasta que conocí a una familia de maestros que con su sola presencia transformaron mi percepción y me abrieron a nuevas posibilidades. Estaba compartiendo con esta familia un diciembre, y cuando se estaba acercando el 24, donde tradicionalmente se entregan los regalos, les pregunté qué le iba a traer Papá Noel a su hijo de seis años.


Yo estaba preparada para escuchar una lista de varios juguetes de moda. Ellos solo respondieron: Un arcoíris Waldorf. Yo quedé desconcertada. No solo el arcoíris no necesitaba pilas, sino que además era el único regalo que el niño iba a recibir en toda la navidad. ¡Solo uno! Una primera reacción podría catalogar a esos padres como seres desalmados que no están contribuyendo al goce de su hijo y que se limitan a darle lo mínimo. Pero si analizamos la situación con lupa, deshaciéndonos de todos los condicionamientos culturales, solo queda admitir que esos padres son increíblemente generosos: Le están regalando a su hijo el verdadero goce y la posibilidad de JUGAR.


Ahora hablemos de juguetes. Se cree erróneamente que el juguete debe entretener, cuando en realidad el juguete es el canal para experimentar, conectar con el medio y desarrollar todos los sentidos.


La pedagogía Waldorf, un sistema educativo alternativo que aboga por la conexión con la naturaleza y la creatividad, asegura que los mejores juguetes son aquellos que son sencillos y gratuitos. Sobre-estimulamos visualmente a nuestros niños con pantallas y objetos electrónicos, sin darles la oportunidad de explorar con el tacto y el olfato objetos provenientes de la naturaleza que les den una experiencia del medio.


Los juguetes mas apetecidos en el mercado están hechos de plástico, pero el plástico es un producto sintético, frío, liso e inoloro que deja por fuera experiencias del mundo natural.

Según explica la pedagogía Waldorf, el plástico no estimula la fantasía del niño, por el contrario, ofrece una experiencia fija que imposibilita un juego dinámico y creativo. En consecuencia, los niños se aburren fácilmente y piden más y más juguetes. ¿Con qué jugar entonces? Telas y tejidos naturales de algodón y seda, conchas de mar, piedras, semillas, piñas, raíces, palos. Objetos reales y naturales que ofrecen una experiencia a través de su textura y olor. Objetos tan simples que les permiten conectar con la naturaleza y potenciar sus sentidos.


Reevaluemos la costumbre de dar a nuestros niños juguetes tecnológicos. Ofrezcámosles juguetes sencillos y naturales que les abran un mundo de posibilidades. Enseñémosles a apreciar y valorar los regalos dándoles menos. Enseñémosles a utilizar su propio ingenio e imaginación para entretenerse. Recordemos que son niños y que necesitan jugar, no estar callados, ni quietos, ni distraídos, ni absortos en pantallas digitales. Necesitan jugar, pero jugar de verdad.

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